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Dilemas de Diosas: “Gracias por el café, pero yo elijo con quién me acuesto”

Dilemas de Diosas: “Gracias por el café, pero yo elijo con quién me acuesto”

¿En qué momento las citas se volvieron un suplicio? Me sería imposible enumerar todos los encuentros que he tenido para encontrar a ese Zac Efron de mis fantasías. No porque hubiera conocido una infinidad de hombres, sino que hubo tipos que en verdad me traumaron. Bueno, lograron dejar huella en mi mente y han perpetuado mi soltería. 


“Gracias por el café, pero yo elijo con quién me acuesto”


En esta entrega de #DilemasDeDiosas quiero compartir contigo y que me ayudes a entender, ¿por qué conocer a alguien se ha vuelto una película de terror estilo Annabelle? Solo que en vez de ver aparecer una muñeca diabólica, del otro lado hay un chico que cree que te puede exigir sexo, que son algo o bien, no tienes ya el derecho de decir “no” por aceptar ese café o helado (que incluso pagas tú). 


Seguro habrá algunas personas que sugieran que tan desafortunados encuentros fueron mi culpa. ¿De dónde los saqué o qué impresión les ofrecí? Espero que quien lee estas líneas no lo haga, ya que una Diosa no necesita juzgar a otra

Reconozco que algunas de las citas que llegué a tener eran mis crush en una app de citas que probé, pero con todo el dolor de quienes no creen en Internet. ¡No fueron las peores! Hasta eso, tuve suerte y resultaron muy humanos. Aunque les asombre,  el primer capítulo de “encuentros de pesadilla” lo escribí a la tierna edad de 23 añitos, y fue con un dentista que conocí en un curso de inglés. 


Era de aquellos prototipos de “todo lo sé, adórenme”. Irónico porque si hubiera sido así no estaría tomando clases conmigo, pero bueno, uno se da cuenta de esos detalles hasta que pasa el tiempo. La invitación fue para una bebida en aquellas cafeterías en las que un capuchino te sale en 70 pesos, 10 más si trae leche de soya. 


Fueron las tres horas más aburridísimas. Se la pasó hablando de él, de lo privilegiada que era yo y qué cambiaría de mi persona. Todo acompañado por un café que además eligió. En cierto grado no hubo nada diferente a lo que había vivido o experimentaría, hasta que llegó la hora de despedirnos. Lo recuerdo tan bien, estaba por entrar al paradero Ciudad Azteca, él me preguntó si me la había pasado bien, a lo que conteste: “sí, gracias”. 


En ese lapso no me había dado cuenta de un detalle importantísimo; él sujetó mis brazos (en una postura que me hacía vulnerable).  Trató de besarme. ¡No había química ni esa energía que seduce los sentidos!. Lo esquivé y por respuesta me empujó al mismo tiempo que me decía: “¿creías que el café era gratis? Estás muy gorda para ser cotizada”. 


Ufff… Me gustaría decir que le di una bofetada, pero solo pensé en huir. Sentí mucho miedo. A partir de esa ocasión aprendí a observar cómo actúa el otro, a mantener distancias y siempre tratar de tener todas las posibilidades de escape o poder a mi favor

Yo pago”


Es imposible que les narre todos los “encuentros de pesadilla” que he tenido. Ya cumplí 35 años, pero les tengo que platicar el más reciente, y el cual fue en un trabajo. Al recordar, no sé si reír, llorar o maldecir. Acaba de entrar a esa chamba, estaba desorientada y con el corazón medio roto, de quien estaba enamorada me cantaba las golondrinas. 


En fin, no tenía ni un mes cuando este chico me abordó. No era mi tipo, pero en un lugar nuevo con el ánimo melancólico, las buenas vibras se agradecían. Durante los meses siguientes no dejó de invitarme a salir. Hasta que una noche, literal espero a que terminara mi jornada. No creí que fuera una cita, él sugirió ir por un helado (era jueves 2X1) y no se me hizo mala idea. 


Incluso, mientras pedíamos nuestros postres, me proponía pagar: la primera razón era para cambiar mi billete y la segunda, dejar claro que era en plan de de compañeros. Sin embargo, se me adelantó y pagó. Por un instante pensé, “deseaba ser atento”, pero en el momento que nos dieron nuestro helado me empezó a cobrar, y fue tal su insistencia que busqué como tener cambió. 


No me molestó pagar, lo que me hizo enojar es que una vez dado el dinero empezó a decirme todas las promesas de amor que le llegaban a la mente y el por qué debía andar con él. La persecución no quedó ahí, al día siguiente fue evidente que algo había dicho en la oficina porque sus amigas no dejaban de mirarme y él se me aproximaba como si hubiera una relación íntima entre nosotros. 


¡Me sentí agredida! No había aceptado nada y cómo se atrevía a hablar de mí. ¿En qué momento mi opinión no contaba? 


A través de cada experiencia, y de las que me han compartido amigas, he aprendido: un café no me obliga a nada, yo elijo a quién amar, con quién me acuesto y cuándo lo hago. Salir con alguien no me hace propiedad de nadie. La decisión de estar con una persona me concierne solo a mí. Y cuando digo NO, es porque no quiero.  Lo deben respetar y no tiene que ser motivo de venganza o para crear chismes. 

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